Verde hierba,
agua clara,
la lluvia sobre la tierra
y el corazón y el alma…
Las amigas de la niña van a venir dentro de un rato. Hoy es sábado y ellas no tienen clase. Y como la niña nuestra, Sinombre, el otro día comprobó que estaban preocupadas, les dijo:
- El fin de semana próximo os llevo a un lugar nuevo para que conozcáis cosas y olvidéis un poco estos malos momentos.
Genial por la niña y por el calor y apoyo que ofrecía a sus amigas. Me gustó a mí mucho esto y así se lo dije a ella y a la madre.
Y esta noche pasada, toda entera ha estado lloviendo sin parar. Amanece ahora mismo y, por la ventana del Cortijo de la Viña, te veo a ti y a Enebro bajo los álamos y por la cañada entre la hierba comiendo. ¡Qué bonito se ha puesto el campo y qué color más verde y tierno tiene la hierba esta mañana! Puro verde fresco y resplandeciente como si el mismo viento se hubiera entretenido en abrillantarla. Está viniendo este año un buen invierno, al menos para los prados donde tú comes y para las setas y la huerta de nuestras tierras. Pero voy a lo que iba que me entusiasmo con la lluvia de esta noche y con la claridad de este amanecer tan verde y de colores y luces tan brillantes.
Ahora, en cuanto dentro de un rato vengan las amigas de la niña, las tres muchachas rusas y guapas, ¿sabes a dónde ella tiene pensado llevarlas? A la cascada de la ladera rocosa. La que desciende desde las cumbres escarpadas y, como en río desbocado, cae por entre los pinos a los charcos de los álamos. Y me agrada esto. Ya te lo decía, porque ayer por la tarde estuve yo frente a esas cascadas. Bajo la lluvia y empapado de verde hierba y lo que vi me dejó muy lleno. Hasta lo más hondo del alma me llenó. Bajé por la veredilla de los pinos y, en la cuevecilla que hay junto a los olivos, me refugié. Frente a la espumosa cascada que se despeñaba ampulosa y me puse a mirarla. En silencio y acompañado solo por el rumor de las gotas de la lluvia cayendo sobre las hojas de los árboles y de la hierba. Y eso, Sinombre, lo que mi ojos vieron en la espumosa cascada que se despeñaba y en la ladera por donde descendía, era asombroso. Por la abundancia de agua en un chorro poderoso, por la belleza que en el aire pincelaba, por el rumor misterioso que al espacio expandía y por los colores cristalinos que a mis ojos regalaba. Tan fabulosa era la cascada, lo que mis ojos, mi corazón y mi alma vieron, que allí me quedé en silencio, mirando en calma, mientras la fina lluvia me resbalaba por el pelo, por la cara, por mis manos, por mi cuerpo entero. Era como un gozo sublime que extasiaba y, como en un abrazo de no sé que sueño dulce, elevaba a cielos y paraísos primorosos. No sé cómo explicártelo exactamente. No hay palabras.
Por esto te decía que estoy contento que la niña haya invitado a sus tres amigas rusas. Quiere llevarlas a la cascada para que vean el espectáculo más bello jamás admirado bajo el sol y esto es muy hermoso. Para que se les alegre a ellas también el alma y para que saboreen la belleza de las cosas sencillas que nos rodean y regala el cielo. Y ¿sabes otra cosa más? También la madre de la niña está muy animada y por eso les ha dispuesto, a estas tres universitarias extranjeras, un muy especial regalo. Como la madre sabe que a ellas les gusta mucho el chocolate les ha preparado una especial fuente de cerezas de nuestra huerta bañadas en chocolate negro. ¡Fíjate qué detalle! Y, además, la lluvia de esta noche y el verde brillante de la hierba y la espuma cristalina de la cascada y…
agua clara,
la lluvia sobre la tierra
y el corazón y el alma…
Las amigas de la niña van a venir dentro de un rato. Hoy es sábado y ellas no tienen clase. Y como la niña nuestra, Sinombre, el otro día comprobó que estaban preocupadas, les dijo:
- El fin de semana próximo os llevo a un lugar nuevo para que conozcáis cosas y olvidéis un poco estos malos momentos.
Genial por la niña y por el calor y apoyo que ofrecía a sus amigas. Me gustó a mí mucho esto y así se lo dije a ella y a la madre.
Y esta noche pasada, toda entera ha estado lloviendo sin parar. Amanece ahora mismo y, por la ventana del Cortijo de la Viña, te veo a ti y a Enebro bajo los álamos y por la cañada entre la hierba comiendo. ¡Qué bonito se ha puesto el campo y qué color más verde y tierno tiene la hierba esta mañana! Puro verde fresco y resplandeciente como si el mismo viento se hubiera entretenido en abrillantarla. Está viniendo este año un buen invierno, al menos para los prados donde tú comes y para las setas y la huerta de nuestras tierras. Pero voy a lo que iba que me entusiasmo con la lluvia de esta noche y con la claridad de este amanecer tan verde y de colores y luces tan brillantes.
Ahora, en cuanto dentro de un rato vengan las amigas de la niña, las tres muchachas rusas y guapas, ¿sabes a dónde ella tiene pensado llevarlas? A la cascada de la ladera rocosa. La que desciende desde las cumbres escarpadas y, como en río desbocado, cae por entre los pinos a los charcos de los álamos. Y me agrada esto. Ya te lo decía, porque ayer por la tarde estuve yo frente a esas cascadas. Bajo la lluvia y empapado de verde hierba y lo que vi me dejó muy lleno. Hasta lo más hondo del alma me llenó. Bajé por la veredilla de los pinos y, en la cuevecilla que hay junto a los olivos, me refugié. Frente a la espumosa cascada que se despeñaba ampulosa y me puse a mirarla. En silencio y acompañado solo por el rumor de las gotas de la lluvia cayendo sobre las hojas de los árboles y de la hierba. Y eso, Sinombre, lo que mi ojos vieron en la espumosa cascada que se despeñaba y en la ladera por donde descendía, era asombroso. Por la abundancia de agua en un chorro poderoso, por la belleza que en el aire pincelaba, por el rumor misterioso que al espacio expandía y por los colores cristalinos que a mis ojos regalaba. Tan fabulosa era la cascada, lo que mis ojos, mi corazón y mi alma vieron, que allí me quedé en silencio, mirando en calma, mientras la fina lluvia me resbalaba por el pelo, por la cara, por mis manos, por mi cuerpo entero. Era como un gozo sublime que extasiaba y, como en un abrazo de no sé que sueño dulce, elevaba a cielos y paraísos primorosos. No sé cómo explicártelo exactamente. No hay palabras.
Por esto te decía que estoy contento que la niña haya invitado a sus tres amigas rusas. Quiere llevarlas a la cascada para que vean el espectáculo más bello jamás admirado bajo el sol y esto es muy hermoso. Para que se les alegre a ellas también el alma y para que saboreen la belleza de las cosas sencillas que nos rodean y regala el cielo. Y ¿sabes otra cosa más? También la madre de la niña está muy animada y por eso les ha dispuesto, a estas tres universitarias extranjeras, un muy especial regalo. Como la madre sabe que a ellas les gusta mucho el chocolate les ha preparado una especial fuente de cerezas de nuestra huerta bañadas en chocolate negro. ¡Fíjate qué detalle! Y, además, la lluvia de esta noche y el verde brillante de la hierba y la espuma cristalina de la cascada y…