La niña chica era la gloria de Platero . En cuanto la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándolo dengosa: --¡Platero, Platerillo! --, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba loco. Ella , en una confianza ciega, pasaba una y otra vez bajo él, y le pegaba pataditas, y le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos; o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre: --¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!