Hace cinco años en mi hípica parieron cuatro yeguas casi a la vez, y a los pocos días se las llevaron al campo con sus potritos. Al cabo de un año, uno de los potritos se había convertido en algo tan feo tan feo que lo trajeron de vuelta a la hípica para regalarlo porque no le veían futuro. La verdad es que era feo con avaricia, no sólo de cara sino que además estaba totalmente desproporcionado, el cuello muy flaco, la cabeza muy grande, las crines muy crespas, y además de un color tordo rata. A mí me daba mucha penita porque normalmente cuando hay un potro en la hípica todos van al box a verlo y a darle zanahorias y a acariciarlo, pero éste lo único que inspiraba era lástima. Por las tardes antes de mi clase me metía en el box e intentaba pasarle el cepillo por las crines y lo acariciaba un poco, no era muy mimoso pero se dejaba hacer. Me lo hubiera quedado, pero entonces aún no buscaba caballo, y aunque lo hubiera buscado un potro de un año no me hubiera encajado. Un día desapareció y no quise preguntar que había sido de él, no fuera que me fueran a decir lo peor.
Ayer vino a la hípica su actual dueño. Lo vió un día en casa del que se lo había llevado (regalado) de la hípica y se enamoró de él. Estaba flaquísimo porque sólo le daban de comer paja, pero dice que le vió algo, y lo compró. Lo fue engordando poco a poco, y cuando tuvo tres años y medio se lo llevó al mejor domador que encontró para que lo montara y enganchara. Probablemente no ganará nunca ningún concurso ni de belleza ni de funcionalidad, pero a sus casi cinco años es un caballo de silla extraordinario, muy noble y con mucho brío. Y creo que sería muy muy difícil encontrar un dueño más orgulloso de su caballo, a mí me supera con creces y eso que sabéis lo mucho que yo quiero a mi Chesquita.
Los otros tres potros, que eran mucho más guapos de pequeños, hoy tienen mucho que envidiarle, porque muy probablemente acabarán siendo caballos de tanda.
No sabéis la alegría que me dio saber que al final todo le salió tan bien al patito feo.
Ayer vino a la hípica su actual dueño. Lo vió un día en casa del que se lo había llevado (regalado) de la hípica y se enamoró de él. Estaba flaquísimo porque sólo le daban de comer paja, pero dice que le vió algo, y lo compró. Lo fue engordando poco a poco, y cuando tuvo tres años y medio se lo llevó al mejor domador que encontró para que lo montara y enganchara. Probablemente no ganará nunca ningún concurso ni de belleza ni de funcionalidad, pero a sus casi cinco años es un caballo de silla extraordinario, muy noble y con mucho brío. Y creo que sería muy muy difícil encontrar un dueño más orgulloso de su caballo, a mí me supera con creces y eso que sabéis lo mucho que yo quiero a mi Chesquita.
Los otros tres potros, que eran mucho más guapos de pequeños, hoy tienen mucho que envidiarle, porque muy probablemente acabarán siendo caballos de tanda.
No sabéis la alegría que me dio saber que al final todo le salió tan bien al patito feo.