Como creo que ha suscitado interés el tema planteado, a continuación reproduzco el artículo al que hago referencia en mis anteriores comunicaciones.
Es necesario recuperar el conocimiento y el gesto del sombrero. Es preciso que nuestra juventud, que cada día sueña más con el caballo, no se encuentre con las manos vacías de unas tradiciones que tenemos la obligación de conservar y de transmitir. Que nuestros hijos, cuando sean hombres, sepan que el sombrero lleva consigo siglos de rito y de liturgia. Que no se entra en un bar, en una oficina o en una casa con el sombrero puesto. Que no se le da la mano a un hombre, ni se saluda a una mujer,ni se ve pasar un entierro, sin antes haberse descubierto.
¿Y cómo se quita uno el sombrero? En Andalucía no se escribe, no se enseña. Se aprende a base de la capacidad de observación. ¿Y en Alemania? Allí sí se escribe. Saber saludar con elegancia no es fácil, y Graf Wrangel, en El alemán elegante a caballo, de 1890, daba ya las normas, que siguen siendo válidas para nosotros. Hay que destocarse lentamente, y la mano ha de ir bajando cerca del cuerpo. Al final del saludo la palma de la mano debe quedar hacia atrás y el dorso de ella mirando a quien se saluda. Todo ha de resultar natural, sin el amaneramiento del Cuadro Negro de Saumur o de la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre. A veces,en los concursos de doma vaquera, el saludo no sale bien, pero hay que reconocer la dificultad de saludar al jurado con parsimonia mientras las piernas y la mano izquierda han de preocuparse que el caballo no saque la grupa ni se mueva lo más mínimo.
Ese mismo jinete que ha saludado al jurado porque al fin y al cabo ese saludo está reglamentado en la "reprise", entrará luego al bar y beberá en la barra con el sombrero puesto. El lector se preguntará: Si ése no sabe,¿cómo van a saber los demás? Y no sabe porque sólo lleva el sombrero en el concurso o en la feria. Si es jinete de picadero, monta descubierto, y si es vaquero de verdad, si trabaja en el campo con el ganado bravo, lleva una gorra. Pasó a la historia el uso cotidiano del sombrero de ala ancha. En los últimos tiempos, sólo recuerdo haberlo visto llevar de diario, en Olivenza, a don Bernardino Piris, ya fallecido, y a otro extremeño que gracias a Dios aún lo luce: Andrés Magallanes, mayoral del Conde de la Corte.
En la época que escribí ese artículo iba mucho a Osuna. ¡Qué pueblo con más sabor! En las noches de verano es un ensueño patear sus calles para ver los palacios más bellos de Andalucía mientras se aspira el aroma del sudor de los caballos que pasaron a la tarde. Allí está la finca de Oriol Govantes y "La Coronela" de Oriol Urquijo, que fue de José Fuentes, el torero, y la de Benítez Cubero, las tres con magníficos caballos españoles.Allí están los picaderos de excelentes jinetes como Luis Calderón, Antonio Angulo y Manolo Buzón. El caballo se vive en Osuna hasta en el nombre de las calles, como esa tan bonita en la que vive Antonio Angulo, que se llama Carrera del Caballo, o en el de sus hostales, como "La posada del caballo blanco" de mi amigo Juan Ibáñez, donde suelo parar, con todo su sabor añejo y su precioso patio, hoy aparcamiento de coches y antiguamente cuadra para las caballerías de tratantes y chalanes.
Allí, en "El Bombo", me hacía los sombreros. Esta auténtica institución andaluza, cuya fachada ha figurado ya en carteles de feria, fue fundada en 1895 por don Manuel Andújar, y sigue en manos de la misma familia,regentada por doña Milagros Andújar, nieta del fundador. El nombre es raro para una sombrerería, pero todo tiene su porqué. En 1900 había en Osuna y en muchos otros pueblos andaluces una gran afición por las bandas de música. Recordemos que no había fútbol, ni radio, ni tele, ni casi nada. El jefe de una de ellas, Francisco Holgado, echó el resto y compró un bombo extraordinario que causó sensación en muchos kilómetros a la redonda. Todo el mundo quería verlo. En la casa de Francisco Holgado ya no se podía vivir y éste decidió exponerlo en el único escaparate que había en Osuna: el de la sombrerería de Manuel Andújar. Propios y extraños venidos de otros pueblos pudieron extasiarse ante la visión de aquel bombo sensacional, rodeado de sombreros. Desde entonces se llamó "El Bombo".
Yo quería saber cosas de sombreros. En la fresca penumbra del café de "Miguel el de la Teja", con la calor afuera y media botella de fino delante,me contaba esta historía Diego Perea. Desgranaba recuerdos lentamente,con el temple con que dos hombres pueden paladear vino y palabras en una vieja taberna andaluza, mientras unos "calós" a nuestra espalda trataban un caballo, discutiendo el más y el menos de unos cuantos "papiris". Diego entró con once años, en 1923, de aprendiz en "El Bombo". Sesenta y tres años después, miles de sombreros después, seguía al pie del cañón, haciendo entre tres y cuatro sombreros diarios sin más "parás" que las que le marcaba su empedernida afición al tabaco negro,que al fin pudo más que él y se lo llevó al otro mundo. Recordaba los tiempos, antes de nuestra guerra, en que iba con el carro lleno de género a la feria de La Lantejuela, a la posada de La Chivita, clavando unas puntillas en la puerta y colgando de ellas los sombreros. Luego vino el progreso. A Diego se le encendían los ojos cuando recordaba la primera vez que fue en automóvil a la feria de Gilena en el Ford de pedales del Malagueño.
Diego hacía los sombreros con métodos puramente artesanales, los mismos que se siguen empleando por los pocos sombrereros que continúan haciéndolos a medida. Voy a contar, más o menos, lo que me dijo Diego Perea.
A la sombrerería llegan las piezas blandas, sin forma. Las baratas son de lana, y se usan, sin forrar, para hacer sombreros de niño que se venden en las ferias. Los sombreros buenos se hacen de un fieltro de pelos mezclados de liebre y conejo, con más cantidad de éste, que es más suave -además ya casi no hay liebres- y se amalgaman con vitriolo.
Llega la hora de tomar medidas. Para un sombrero flexible, como la mascota, es suficiente el "temómetro", que mide el ancho y el largo del cráneo. Pero para un sombrero rígido como es el de ala ancha, su contorno debe adaptarse exactamente a la forma de cada cabeza. En este caso se toma la medida con el "conformador", un artilugio metálico complicadísimo que deja marcada exactamente la forma de la cabeza en el "hormillón del conformador".
Escogido el fieltro, hay que engomarlo para darle rigidez. Este apresto se hacía antes con goma de almendro. Hoy se usa la goma laca, que deja el fieltro más duro. Ya engomado, se somete el fieltro al vapor de agua. El procedimiento es de lo más primitivo. Se echa un poco de agua en un cubo de hierro, se introduce en él una barra de hierro de unos 3 kg al rojo, se le da vapor al fieltro tres o cuatro veces, se le deja secar y se pasa a la operación del entallado.
Para ello se adapta el sombrero a la horma, que es una pieza de madera de la forma de la copa. Se ata bien, muy fuerte, con tres vueltas de guita de cáñamo en la parte superior, y con una pequeña herramienta que se llama "balúa" se va bajando la guita hasta la "cintura" del sombrero, que es la parte donde se unen copa y ala. Ya está hecha la copa. Ahora hay que recortar el ala a la medida pedida, con el "rondisuá", y plancharla con el "ilsuá". Estas palabras las escribo como me las decía Diego, aunque es fácil imaginar su origen francés, de donde vino a España la técnica de confección de los sombreros de todo tipo. Con el planchado,la goma aflora a la parte inferior del ala. La de almendro se quita con una esponja mojada en agua, y la goma laca con alcohol.
Ya está hecho el casco. Falta coserle la cinta del ribete, que enmarca el borde exterior del ala, y la cinta de costado, que se apoya en la cintura. Las dos cintas suelen ponerse del mismo color, pero diferente al del fieltro,más claro o más oscuro, y hace ya años que está de moda poner un vivo muy fino, haciendo contraste en la parte superior de la cinta de costado.
Queda sólo terminarlo por dentro. Hay que ponerle el forro -de raso los buenos-, compuesto de una tira circular, que se llama banda, y del círculo superior, que se llama plaza, donde irá la marca de la casa. Quedan más cosas, como la badana -la cinta de cuero que estará en contacto con la cabeza-, con un pequeño lazo que nos indicará la parte posterior del sombrero, y el barboquejo, una cinta que podremos sujetar a la barbilla para evitar el vuelo del sombrero en un día de viento. La cinta del barboquejo es normalmente negra en Sevilla, y en Córdoba suele ponerse -siempre oscura- haciendo juego con el color del sombrero.
Antiguamente todos los sombreros llevaban alrededor de la cintura un cordoncillo de seda -la "romanilla"- que ahora vuelven a pedir los aficionados. La romanilla tiene de largo la cintura del sombrero y unos 4 cm más, y termina a la izquierda, donde se montan los extremos de la cinta, que también se llama cinturilla o faja. Este cordoncillo puede desenrollarse fácilmente del sombrero y ajustar su extremo a cualquier botón de la chaquetilla, y vale como medio de sujeción si no se quiere utilizar el barboquejo.
Hay gentes que antes de estrenar el sombrero se dedican a ladear las alas, a doblarías hacia arriba. Deben dejarse rectas, como salen de la tienda. El sombrero de ala ancha no es un Stetson. Si algún día las alas se doblan, debe llevarse a la sombrerería para que con un buen planchado recuperen su forma original.
El sombrero es un signo claro de estimación personal. Debe conservarse con cuidado, en su caja, dentro de la cual deberá ir cuando viaje. Cuando sea necesario hay que llevarlo al sombrerero. Le quitará las manchas -antes con greda mojada, ahora con beniol-, le cambiará cinta, badana y ribete, le dará de nuevo su forma con el conformador, lo planchará y lo cepillará. Es un oficio difícil y sacrificado el de sombrerero.Me basta decir que la puesta a punto de un sombrero usado lleva doce más una operaciones nada fáciles. Por ejemplo, ese cepillado de última hora debe hacerse primero a contrapelo, luego a favor del pelo y después pasando un trapo humedecido y muy caliente para realzar su brillo
natural.
No es difícil llevar bien un sombrero de ala ancha. Basta recordar que debe ir siempre hacia adelante, casi dando en la ceja, y ladeado, casi rozando una u otra oreja. No hay que exagerar, porque las mujeres se quejan
Pero mientras estemos en este mundo, llevémoslo lo mejor posible. Algunos elegidos tienen un no sé qué de sencillez, de prestancia y señorío,sin oler nunca a chulería. Igual de bien lo llevan Alvaro Domecq padre que Andrés Magallanes, Fernando Palha que Antonio Ramos, de la casa de los Guardiola. Tienen una distinción que parece venir de muy atrás,una gracia que Dios negó a la mayoría de los mortales.
No es que tengamos que ir siempre "de reglamento". Si no vamos de cono, si simplemente vamos al campo, a una tienta, a ver caballos o "de liebres", la gorra cumple su papel y en cualquier momento se puede guardar en un bolsillo. Por cieno, la gorra, más o menos en su forma actual, es mucho más antigua que el sombrero de ala ancha. Un decreto del Parlamento inglés, de 1571, para ayudar a su comercio textil, obligó a todos los varones de más de seis años -excepto a las personas de la nobleza- a llevar gorras de lana hechas en la isla bajo multa de tres chelines y cuatro peniques. Veintiséis años después, pasada la mala racha,el decreto se revocó, pero el uso de la gorra se había consolidado, y a la larga llegó hasta nosotros.
Creo que debo decir algo de las gafas. La verdad es que no casa bien un sombrero de ala ancha con las gafas, pero ¿quién podría decir, en defensa del clasicismo, que un hombre vestido de cono no puede llevar gafas de aumento si las precisa? No dan, ciertamente, una imagen muy campera, pero es de comprender que la necesidad obliga.
Otra cosa son las gafas de sol. Ahora se ve a más de un jinete presumido con las "ray-bans" que inventó en 1930 la casa Bausch & Lomb, la primera empresa óptica americana, a requerimiento de la Air Force, porque la mayor altura que empezaban a conseguir los aviones en aquella época deslumbraba a sus pilotos. Su uso no es generalmente necesario,dado que el color normal de los ojos andaluces es oscuro, y éstos aguantan la luz potente del Sur mucho mejor que los claros. Quizá por esta razón no están bien vistas por los aficionados. Como muestra contaré una anécdota oída a mi amigo Antonio Moreno Halcón. Allá por los años cuarenta Manolete había popularizado unas gafas de sol que se conocían con el nombre de "manoletinas". En una tienta de aquellas tan serias y tan rituales que hacía don Arcadio Albarrán, vio llegar, de corto y a caballo, a un sobrino que venía con unas manoletinas puestas para protegerse de un orzuelo. Don Arcadio, sin preguntarle nada, le espetó: "Sobrino, da la vuelta y vete a tu casa, que no quiero maricones en la mía".
Pero volvamos al sombrero. ¿Dónde están esos sombrereros que aún hacen sombreros a medida? Quedan muy pocos, y todos en el Sur. Que yo sepa, además de "El Bombo" de Osuna, siguen Antonio García en Sevilla,en el 29 de la calle Alcaicería, y González en Jerez, en la calle Larga, enfrente de la guarnicionería Duarte, aunque dicen que el despacho de quinielas que ha montado en la tienda le ha comido la afición. En Córdoba quedan tres: Pepe Miranda, en la Ronda de los Pajares, y los dos "Russi", el de la calle Gondomar y el de Conde de Cárdenas núm. 1, que es donde yo me los hago ahora, no porque haya sufrido ninguna decepción con "El Bombo", sino porque hace tiempo que paro más en Córdoba. Son tan pocos que la profesión de sombrerero no aparece en la relación de artesanos de Andalucía. Y Mario Roldán, el propietario de "Russi" de
Conde de Cárdenas, me decía comentando este olvido: "¿Y entonse yo qué hago, trompos?"
Decían los romanos que "consejos ni aunque te los pidan". Pero no podría terminar este capítulo sin hacer una advertencia importante aun a riesgo de que mis amigos me sigan tachando de supersticioso: Nunca, "en jamás de los jamases", debe dejarse un sombrero boca arriba ni encima de una cama. De verdad que no es superstición. Pero es que pasa cada cosa...
JUAN LLAMAS PERDIGO, de su Libro “Tradición Vaquera, atuendos y arreos”