Ese es el problema, pensar que un caballo es como un niño. Un caballo es un caballo, y piensa de forma muy diferente a nosotros.
Para empezar partimos de la base de que el 99% de las veces que el caballo no hace algo bien es culpa nuestra. Entonces los fustazos o palos deberían ir hacia nosotros. Pero como el ser humano es arroganto y para nada humilde (véase el caso del éxito de esa horrible y patética canción "antes muerta que sencilla") es difícil que lo acepte, y nos vemos con el poder suficiente para decidir qué está bien y qué no, y qué actos se merecen un castigo y qué actos no.
Un caballo debe saber respetar nuestro espacio, pero esto se puede conseguir de dos formas. Una atemorizándolo, enseñándole a nuestra manera que si viola nuestro espacio recibirá, y otra es haciéndole entender que él tiene su espacio y nosotros el nuestro, que cuando él se acerca al nuestro, debe regirse por nuestras normas, así como cuando nosotros invadimos el suyo. Yo, considero a mi yegua, una compañera de trabajo y ocio, que fuera de esas pocas horas al día que viene ella a mi espacio, es un ser autónomo con su vida. Nunca le privaré de esa parte de vida suya, pues considero que es una recompensa justa a lo que ella me ofrece sin oposiciones.