Buenos días. Os escribo porque ya nó sé qué hacer para superar esta historia... Siento un miedo atroz a galopar y no soy capaz de librarme del todo de él. Ojo, no es que no haya galopado nunca y piense que no puedo hacerlo, no, he galopado y me encanta pero soy incapaz.
La historia es la siguiente: empecé a montar con catorce años en una hípica militar. El primer día, nada más llegar, me dieron un caballo muy manso y empecé la clase al paso, como entiendo es normal. Pasado un rato, mi profesor me preguntó si me veía con ganas de trotar ya que decía que tenía muy buena postura y le dije que no, que no quería porque me caería. Me siguió animando y al seguir negándome, comenzó a achuchar al caballo que comenzó a hacer un paso más largo pero sin terminar de salir al trote, hasta que se acercó por detrás con una fusta y le soltó un fustazo para hacerlo trotar. Efectivamente, el caballo arrancó pero no al trote sino al galope y yo me caí con el tirón. No me pasó nada, me volví a subir pero temblando de miedo y a partir de entonces ya sí me dejó tranquila e ir al paso durante muchas, muchas clases hasta que fui capaz de trotar.
Pasado un tiempo en el que ya trotaba perfectamente, uno de los caballos que montaba me resultaba tan cómodo que sentí que podría animarme a galopar así que cuando llegaba la hora del galope, yo hacía trote largo y cuando lo sacaba, el animal solo y sin pedirle nada, galopaba de una forma suave y muy cómoda para mi, pero entonces venían las broncas del profe porque decía que me inclinaba demasiado, algo que puedo entender que pudiera hacer por la costumbre de echarme hacia delante al sentir la velocidad (adquirida por el hábito de montar en moto con mi padre desde siempre), que si las riendas esto, los estribos lo otro, siempre voces. Yo nunca terminé de soltar del todo porque mi miedo era perder el control del caballo, además, no sentía seguridad encima de la silla galopando pues tenía la sensación de botar demasiado y no agarrarme con las piernas prácticamente nada, y por parte del profesor sólo escuchaba lo malo.
Soy una persona de carácter, desde siempre, por lo que, desde esa primera caída el primer día, he sido yo la que ha marcado mi ritmo montando y si no quiero hacer una cosa, es no y no hay otra, con lo cual, durante esa época y mi corto avance, muchos que llegaron después que yo progresaron bastante más y yo siempre estaba en el mismo punto, algo que puedo comprender ahora, con el paso de muchos años, pudiera molestar a mis profesores pero es que conmigo lo del "lo haces porque yo te lo digo" no funciona y más cuando estoy encima de un caballo, un animal que en principio no va a hacerme nada malo pero claro, todo puede suceder y más cuando no tienes muy claro cómo reaccionar frente a determinadas situaciones.
Pues bien, las últimas clases que tomé en esa hípica, no sé si fue queriendo o sin querer, me dieron caballos que estaban fuera de mi alcance, caballos muy nerviosos que había visto cómo habían sido montados por otras personas que los habían controlado pero claro, jinetes de más nivel. Al subirme yo y ver que no podía controlarlos, me ponía muy nerviosa y muchas veces me bajaba antes de terminar mis clases, hasta que topé con la guinda del pastel: un pony al que todos llamábamos el "terremoto". Un caballo al que muy poca gente daban pues era igual que una bala con patas, la mejor forma de asegurarse una clase tranquila era darle un rato de cuerda antes de empezar porque el animal salía a pista pidiendo guerra. Y me lo asignaron a mi esa tarde. Misteriosamente no comenzó siendo una de mis peores clases porque el profesor tuvo la gran consideranción de no ponerme como cabeza en la tanda pero a la hora del galope, los jinetes que llevaba por delante desaparecieron y el pony comenzó a alargar el trote mucho, yo comencé a tirarle mucho de la boca para hacerlo frenar pero creo que eso empeoró todo. A eso sumemos el que una de las yeguas que estaba en pista estaba en celo, lo cual había provocado que algunos de los caballos estuviera muy inquieto ya desde el principio.
Pues el terremoto explotó, se desbocó y yo tuve una caída muy mala contra uno de los saltos, me golpeé fuertemente la cadera y cuando me puse en pie para salir de allí, me volví al suelo porque no era capaz de apoyar una de las piernas. Encima nadie se preocupó por mi, el profesor se acercó para ayudarme a levantarme y sacarme de la pista pero porque mi caballo estaba galopando como un loco por el picadero y era lo más recomendable, una vez estuve fuera, sin poder casi andar y muriéndome de dolor, nadie vino a preguntarme si necesitaba algo, por lo que yo misma me arrastré hasta el teléfono llorando para pedirle a mis padres que por favor fueran a recogerme porque no podía irme de allí en ese estado por mis medios.
Y no volví más. He estado diez años sin montar desde entonces.
¿Ahora qué ocurre? Pues que nunca he olvidado mi pasión por la equitación pero, como ya contaba en otro hilo, no he podido retomarla hasta el año pasado, que estuve tomando algunas clases en un club en Madrid, aunque el verdadero regreso ha sido ahora, que me he mudado a Badajoz y sí tengo tiempo, ganas y medios para ir cada semana a montar una hora. Llevo dos meses y estoy muy contenta. En la hípica en la que estoy actualmente, hay dos profesoras muy buenas, allí no se obliga a nadie a nada y no hay color entre el antes y el ahora. Durante estas semanas, he recuperado algo de confianza en mí misma y en que puedo hacerlo, también siento que lo enfoco desde otro punto de vista, el del "yo puedo" y me siento mucho más fuerte para actuar y dominar al animal. Bombardeo a mis profesoras durante las clases sobre si hago bien cada movimiento y, aunque algunos debo limarlos, ellas dicen que no debo preocuparme tanto porque monto bastante mejor de lo que yo pienso, y yo no me lo creo, ¡jajaja!
Ellas saben lo que me pasó porque se lo conté y me dijeron que no me preocupara porque sería yo misma la que se terminaría soltando y pidiendo el galope, y aunque creí que era una exageración, al mes de retomar las clases, fue justo eso lo que pasó, comencé a galopar, en el sentido de las agujas del reloj pues es en el que más cómoda me sentía con Sherkan, mi caballo. Pero, claro, hay que poder hacerlo a cualquiera de las manos, y un día mi profesora me pidió que galopara al sentido contrario, y yo me bloqueé porque a esa mano siempre he notado que no me agarraba tanto a la silla y le dije que me caería. Ella me dijo que no tenía por qué, que todo estaba bien y que debía intentarlo, pero yo ya comencé a ponerme nerviosa, a pensar que me caería seguro y mentalmente me cerré en banda, pero fui obediente, cambié al caballo de mano y galopé. Lo saqué en una curva, hice la recta a galope fatal y en la siguiente curva me caí. No sé muy bien qué ocurrió, yo sentí que no estaba sujeta a la silla y botaba tanto que, al dar la curva, el caballo giraba pero yo no y por eso me había caído, mi profesora me dijo que me había inclinado y por eso me había desequilibrado, algo que se me pasó totalmente porque desde que había comenzado de nuevo el galope, tendia justo a hacer lo contrario que antes, es decir, ponía la espalda recta e incluso algo echada hacia atrás, así que no me di cuenta de si eso pudo pasar o no. Afortunadamente no me ocurrió nada, un par de moratones y el susto, fin.
Sin embargo, vuelve a ocurrirme, ya no quiero galopar. Tras la caída, en la siguiente clase, a la hora del galope a la mano en la que simpre me he sentido cómoda, me pongo muy nerviosa. Saqué a Sherkan a galope pero no fui capaz más que de recorrer una recta y media de pista, a partir de entonces no lo he vuelto a hacer y tampoco lo intento. Ayer me pidieron que hiciera el galope sólo en recto y me negué rotundamente, no me puse nerviosa porque sabía que no galoparía pero simplemente digo no y es NO porque no.
¿Qué hago? Por favor, decidme algo porque ya no sé qué hacer, yo quiero avanzar pero mi mente se ha bloqueado de tal forma que no sé ya qué intentar para olvidar lo que pasó y lograr mi sueño, si esto no cambia jamás podré tener mi propio caballo...
El caso es que luego, si estoy yo sola sin nadie más, me siento más capaz pero claro, no voy a pedirles que me den a mi sola la clase, menudo morro.
En fin, soy todo oídos a lo que podáis contarme.
Un abrazo para todo el mundo.
La historia es la siguiente: empecé a montar con catorce años en una hípica militar. El primer día, nada más llegar, me dieron un caballo muy manso y empecé la clase al paso, como entiendo es normal. Pasado un rato, mi profesor me preguntó si me veía con ganas de trotar ya que decía que tenía muy buena postura y le dije que no, que no quería porque me caería. Me siguió animando y al seguir negándome, comenzó a achuchar al caballo que comenzó a hacer un paso más largo pero sin terminar de salir al trote, hasta que se acercó por detrás con una fusta y le soltó un fustazo para hacerlo trotar. Efectivamente, el caballo arrancó pero no al trote sino al galope y yo me caí con el tirón. No me pasó nada, me volví a subir pero temblando de miedo y a partir de entonces ya sí me dejó tranquila e ir al paso durante muchas, muchas clases hasta que fui capaz de trotar.
Pasado un tiempo en el que ya trotaba perfectamente, uno de los caballos que montaba me resultaba tan cómodo que sentí que podría animarme a galopar así que cuando llegaba la hora del galope, yo hacía trote largo y cuando lo sacaba, el animal solo y sin pedirle nada, galopaba de una forma suave y muy cómoda para mi, pero entonces venían las broncas del profe porque decía que me inclinaba demasiado, algo que puedo entender que pudiera hacer por la costumbre de echarme hacia delante al sentir la velocidad (adquirida por el hábito de montar en moto con mi padre desde siempre), que si las riendas esto, los estribos lo otro, siempre voces. Yo nunca terminé de soltar del todo porque mi miedo era perder el control del caballo, además, no sentía seguridad encima de la silla galopando pues tenía la sensación de botar demasiado y no agarrarme con las piernas prácticamente nada, y por parte del profesor sólo escuchaba lo malo.
Soy una persona de carácter, desde siempre, por lo que, desde esa primera caída el primer día, he sido yo la que ha marcado mi ritmo montando y si no quiero hacer una cosa, es no y no hay otra, con lo cual, durante esa época y mi corto avance, muchos que llegaron después que yo progresaron bastante más y yo siempre estaba en el mismo punto, algo que puedo comprender ahora, con el paso de muchos años, pudiera molestar a mis profesores pero es que conmigo lo del "lo haces porque yo te lo digo" no funciona y más cuando estoy encima de un caballo, un animal que en principio no va a hacerme nada malo pero claro, todo puede suceder y más cuando no tienes muy claro cómo reaccionar frente a determinadas situaciones.
Pues bien, las últimas clases que tomé en esa hípica, no sé si fue queriendo o sin querer, me dieron caballos que estaban fuera de mi alcance, caballos muy nerviosos que había visto cómo habían sido montados por otras personas que los habían controlado pero claro, jinetes de más nivel. Al subirme yo y ver que no podía controlarlos, me ponía muy nerviosa y muchas veces me bajaba antes de terminar mis clases, hasta que topé con la guinda del pastel: un pony al que todos llamábamos el "terremoto". Un caballo al que muy poca gente daban pues era igual que una bala con patas, la mejor forma de asegurarse una clase tranquila era darle un rato de cuerda antes de empezar porque el animal salía a pista pidiendo guerra. Y me lo asignaron a mi esa tarde. Misteriosamente no comenzó siendo una de mis peores clases porque el profesor tuvo la gran consideranción de no ponerme como cabeza en la tanda pero a la hora del galope, los jinetes que llevaba por delante desaparecieron y el pony comenzó a alargar el trote mucho, yo comencé a tirarle mucho de la boca para hacerlo frenar pero creo que eso empeoró todo. A eso sumemos el que una de las yeguas que estaba en pista estaba en celo, lo cual había provocado que algunos de los caballos estuviera muy inquieto ya desde el principio.
Pues el terremoto explotó, se desbocó y yo tuve una caída muy mala contra uno de los saltos, me golpeé fuertemente la cadera y cuando me puse en pie para salir de allí, me volví al suelo porque no era capaz de apoyar una de las piernas. Encima nadie se preocupó por mi, el profesor se acercó para ayudarme a levantarme y sacarme de la pista pero porque mi caballo estaba galopando como un loco por el picadero y era lo más recomendable, una vez estuve fuera, sin poder casi andar y muriéndome de dolor, nadie vino a preguntarme si necesitaba algo, por lo que yo misma me arrastré hasta el teléfono llorando para pedirle a mis padres que por favor fueran a recogerme porque no podía irme de allí en ese estado por mis medios.
Y no volví más. He estado diez años sin montar desde entonces.
¿Ahora qué ocurre? Pues que nunca he olvidado mi pasión por la equitación pero, como ya contaba en otro hilo, no he podido retomarla hasta el año pasado, que estuve tomando algunas clases en un club en Madrid, aunque el verdadero regreso ha sido ahora, que me he mudado a Badajoz y sí tengo tiempo, ganas y medios para ir cada semana a montar una hora. Llevo dos meses y estoy muy contenta. En la hípica en la que estoy actualmente, hay dos profesoras muy buenas, allí no se obliga a nadie a nada y no hay color entre el antes y el ahora. Durante estas semanas, he recuperado algo de confianza en mí misma y en que puedo hacerlo, también siento que lo enfoco desde otro punto de vista, el del "yo puedo" y me siento mucho más fuerte para actuar y dominar al animal. Bombardeo a mis profesoras durante las clases sobre si hago bien cada movimiento y, aunque algunos debo limarlos, ellas dicen que no debo preocuparme tanto porque monto bastante mejor de lo que yo pienso, y yo no me lo creo, ¡jajaja!
Ellas saben lo que me pasó porque se lo conté y me dijeron que no me preocupara porque sería yo misma la que se terminaría soltando y pidiendo el galope, y aunque creí que era una exageración, al mes de retomar las clases, fue justo eso lo que pasó, comencé a galopar, en el sentido de las agujas del reloj pues es en el que más cómoda me sentía con Sherkan, mi caballo. Pero, claro, hay que poder hacerlo a cualquiera de las manos, y un día mi profesora me pidió que galopara al sentido contrario, y yo me bloqueé porque a esa mano siempre he notado que no me agarraba tanto a la silla y le dije que me caería. Ella me dijo que no tenía por qué, que todo estaba bien y que debía intentarlo, pero yo ya comencé a ponerme nerviosa, a pensar que me caería seguro y mentalmente me cerré en banda, pero fui obediente, cambié al caballo de mano y galopé. Lo saqué en una curva, hice la recta a galope fatal y en la siguiente curva me caí. No sé muy bien qué ocurrió, yo sentí que no estaba sujeta a la silla y botaba tanto que, al dar la curva, el caballo giraba pero yo no y por eso me había caído, mi profesora me dijo que me había inclinado y por eso me había desequilibrado, algo que se me pasó totalmente porque desde que había comenzado de nuevo el galope, tendia justo a hacer lo contrario que antes, es decir, ponía la espalda recta e incluso algo echada hacia atrás, así que no me di cuenta de si eso pudo pasar o no. Afortunadamente no me ocurrió nada, un par de moratones y el susto, fin.
Sin embargo, vuelve a ocurrirme, ya no quiero galopar. Tras la caída, en la siguiente clase, a la hora del galope a la mano en la que simpre me he sentido cómoda, me pongo muy nerviosa. Saqué a Sherkan a galope pero no fui capaz más que de recorrer una recta y media de pista, a partir de entonces no lo he vuelto a hacer y tampoco lo intento. Ayer me pidieron que hiciera el galope sólo en recto y me negué rotundamente, no me puse nerviosa porque sabía que no galoparía pero simplemente digo no y es NO porque no.
¿Qué hago? Por favor, decidme algo porque ya no sé qué hacer, yo quiero avanzar pero mi mente se ha bloqueado de tal forma que no sé ya qué intentar para olvidar lo que pasó y lograr mi sueño, si esto no cambia jamás podré tener mi propio caballo...
El caso es que luego, si estoy yo sola sin nadie más, me siento más capaz pero claro, no voy a pedirles que me den a mi sola la clase, menudo morro.
En fin, soy todo oídos a lo que podáis contarme.
Un abrazo para todo el mundo.