Bueno, no es de caballos, pero creo que refleja perfectamente como funcionan las cosas ene este país - y hablo de este país porque es el que conozco y en el que vivo -
PERROS E HIJOS DE PERRA
por Arturo Pérez-Reverte
Después de que un pit bull-stadford matase a una mujer en Las
Palmas,
leí varios reportajes sobre perros de presa. Uno es de Francisco
Perejil, joven escritor de novela negra y tal vez el último gran
reportero de sucesos de este país, de esos capaces de mezclar sangre
con tinta y alcohol; un fulano que merecería plomo de linotipias y
teclazos de Olivetis en vez de oficio aséptico, mingafría y
políticamente correcto en que algunos han convertido el periodismo,
con
libros de estilo que dicen La Coruña sin ele y becarios que aspiran
a
ser editorialistas o corresponsales en Nueva York.
El reportaje de Perejil contaba cómo criadores sin escrúpulos y
apostadores clandestinos, alguno de los cuales se anunciaba en
revistas
especializadas y montan sus negocios ante la pasividad criminal de
las
autoridades, organizan peleas de perros. Cuenta Perejil la crueldad
de
entrenamiento, las palizas y vejaciones que les inflingen para
convertirlos en asesinos; cómo empiezan a probarlos contra otros
perros
desde que son cachorros de cuatro meses y cómo algunos mueren tras
aguantar peleas de hora y media.
Pero el reportaje, que era estremecedor, no me impresionó en su
conjunto tanto como la frase del texto: " El perro, si ve que su amo
está a su lado, lo da todo". Y, bueno. Algunos de ustedes saben que
la
vida que en otro tiempo me tocó vivir abundó a veces en atrocidades.
Quiero decir con eso que tampoco el arriba firmante es de los que
ven
un mondongo y dicen ay. Tal vez por eso el horror y la barbarie me
parecen vinculados a la condición humana, y siempre me queda el
consuelo de que el hombre, como única especie racional, es
responsable
de su propio exterminio; y que al fin y al cabo no tenemos sino lo
que
nos merecemos, o sea, un mundo de mierda para una especie humana de
mierda.
Pero resulta que con los animales ya no tengo las cosas tan claras.
Con
los niños también me pasa, pero la pena se me alivia al pensar que
los
pequeños cabroncetes terminarán, casi todos, haciéndose adultos tan
estúpidos, irresponsables o malvados como sus papis. En cuanto a los
animales, es distinto. Ellos no tienen la culpa de nada. Desde
siempre
han sido utilizados, comidos y maltratados por el hombre, al que
muchos
de ellos sirvieron con resignación, e incluso con entusiasmo y
constancia. Nunca fueron verdugos, sino víctimas. Por eso su muerte
sí
me conmueve, y me entristece. Respecto a los perros, nadie que no
haya
convivido con uno de ellos conocerá nunca, a fondo, hasta dónde
llegan
las palabras de generosidad, compañía y lealtad. Nadie que no haya
sentido en el brazo un hocico húmedo intentando interponerse entre
el
libro que estás leyendo y tú, en demanda de una caricia, o haya
contemplado esa noble cabeza ladeada, esos ojos grandes, oscuros,
fieles, mirar en espera de un gesto o una simple palabra, podrá
entender del todo lo que me crepitó en las venas cuando leí aquellas
líneas; eso de que en esas peleas de perros, el animal, si su amo
está
con él, lo da todo.
Cualquiera que conozca a los perros sentirá la misma furia, y el
mismo
asco, y la mala sangra que yo sentí al imaginar a ese perro que
sigue a
su amo, al humano a quien considera un dios y por cuyo cariño es
capaz
de cualquier cosa, de sacrificarse y de morir sólo a cambio de una
palabra de afecto o de una caricia, hasta un recinto cercado con
tablas
y lleno de gentuza vociferante, de miserables que cambian apuestas
entre copa y copa mientras sale al foso otro perro acompañado de
otro
amo. Y allí, en el foso, a su lado, con un puro en la boca, oye al
dueño decirle: " Vamos, Jerry, no me dejes mal, ataca, Jerry, ataca,
duro, chaval, no me falles, Jerry". Y Jerry, o como diablos se
llame,
que ha sido entrenado para eso desde que era cachorrillo, se lanza a
la
pelea con el valor de los leales, y se hace matar porque su amo lo
está
mirando. O queda maltrecho, destrozado, inválido, y obtiene como
premio
ser arrastrado afuera y que lo rematen de un tiro en la cabeza, o
que
lo echen, todavía vivo, a un pozo con un trozo de hierro atado al
cuello. O termina enloquecido, peligroso, amarrado a una cadena como
guardián de una mina o un oscuro almacén o garaje.
Así que hoy quería decirles a ustedes que malditos sean quienes
hacen
posible que todo esto ocurra, y que mal rayo parta a los alcaldes,
los
policías municipales y los guardias civiles y a todos los demás que
lo
saben y lo consienten. Y es que hay chusma infame, gentuza sin
conciencia, salvajes miserables a quienes sería insultar a los
perros
llamar hijos de perra.
Besos. Mayca.